La relación con la ciudad esta mediada por una
representación “masculina” del uso del espacio público. Es decir, el “afuera”
de la ciudad es para los hombres adultos, que son los únicos que pueden
“resistir” las constantes tentaciones y enfrentar los múltiples peligros que
acechan en las esquinas. Las mujeres y los niños deben permanecer bajo el
resguardo del espacio privado y los jóvenes deben ser sometidos a constante
vigilancia y, metafóricamente, sometidos
a periódicas pruebas “antidoping”, en tanto que son los más susceptibles de ser
influenciados por las voces de las sirenas.
La ciudad es exceso, perdición, pero esencialmente
“peligro”. El transeúnte, el automovilista, el vecino, no ofrecen garantías. El
peligro disminuye cuando el territorio es conocido, esto se traduce en una
organización territorial entre lo conocido=seguro y lo desconocido=inseguro,
mapa que se complejiza al cruzar los datos socioeconómicos, que reducen la
franja de lo seguro-conocido a aquellos sectores de la ciudad en los que la
pobreza no es visible, y que adquiere una mayor especificidad al trabajar con
los elementos “morales” que acompañan el discurso de los entrevistados.
La ciudad “buena” es aquella físicamente hermosa, bien
cuidada, en la que habita la gente “bien”. La ciudad “mala” hace alusión a los
sectores populares, las zonas de los mercados y por supuesto a las diferentes
zonas de bares, discotecas y cafés. Sin embargo, el desordenado crecimiento urbano,
la falta de un plan regulador de uso del suelo y especialmente la crisis
económica, ha mezclado las ecologías de la ciudad, por lo que resulta difícil
mantener un mapa estable de espacio urbano.
Rossana Reguillo (1998). Imaginarios globales, miedos locales. La construcción
social del miedo en la ciudad.